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Tres sorbos de café T1 E7

Primer sorbo

...ayer me escribió Esteban... no cualquier Esteban… cierto Esteban del que no había vuelto saber desde hace casi 30 años... 27 para ser exactos... además de ir a la universidad, en aquellos años yo tenía dos trabajos... uno en una fábrica de cajas de cartón y otro en Sala Chopin dando clases de guitarra... lo de la fábrica se los platico otro día porque a Esteban lo conocí en Sala Chopin... tenía ocho años, venía vestido de karateka y cargaba a la espalda su mochila del colegio, además de una guitarra y una maleta deportiva enorme... llegó de la mano de su mamá; una señora guapa, arregladísima, Sateluca total... — se lo dejo profesor — dijo, como quien le deja su coche al ballet parking… —te portas bien —  y nadie supo nunca si se lo decía al niño o a mí...

… Esteban sacó su guitarra y le expliqué los pormenores de la clase... a los diez minutos estaba profundamente dormido... con mi ego de maestro lastimado lo desperté de mala manera, pero Esteban no podía mantenerse despierto, se iba de lado, se le cerraban los ojos... entonces me platicó su tragedia como de personaje de Óscar Wilde... la mamá y su novio pasaban por él a la escuela y le daban un sandwich que comía apresuradamente en el coche... cuando llegaba a mi clase había tomado ya hora y media de karate y después tenía clase de natación... …traté de explicarle a su copetona madre que no valía la pena que Esteban tomara clase porque no estaba interesado y no iba a aprender mucho en esas condiciones... — ay, téngamelo aquí profesor, algo aprenderá —...rechazar alumnos sólo porque están agotados y su madre es una loca irresponsable no estaba entre las políticas de Sala Chopin, así que Esteban tuvo que quedarse... la siguiente clase le junté dos sillas y le dije que si tenía sueño se podía dormir... en efecto, Esteban durmió… como nadie preguntaba y yo me cuidaba de no informar de los avances guitarrísticos de mi alumno, los seis meses que Esteban estuvo en mi clase durmió plácidas siestas antes de volver a las garras de su madre... incluso llegó a sacar una pequeña almohada de su mochila... yo lo miraba dormir, estudiaba mis cosas y algunas veces dormía con él... una vez me despertó dándome con su manita en la cara,— profe, está roncando, nos van a cachar—... —¿cómo estuvo tu clase Esteban?—, —padrísima mami—, decía siempre y me sonreía antes de cruzar la puerta... una tarde llegó a Sala Chopin el padre de Esteban... pidió hablar conmigo y se quejó de que su hijo tenía seis meses tomando clase de guitarra y no sabía tocar una sola nota... …quería saber si el idiota era su hijo o yo... le conté entonces de la madre, del novio, del sandwich, del karate, de la natación, de las sillas, de la almohada y del sueño de Esteban... me declaré culpable por complicidad y me dispuse a perder mi trabajo... él me escuchó en silencio, luego se levantó y me puso la mano en el hombro... —muchas gracias — me dijo, me miró una última vez con profunda tristeza y se marchó... Esteban no vino a tomar su siesta la siguiente semana, ni la otra, ni nunca más... ayer me escribió Esteban preguntando si aquel maestro era yo y si por casualidad me acordaba del niñito al que dejaba tomar plácidas siestas en vez de enseñarle a tocar la guitarra... aún no le contesto y no sé si lo haré... lo haga o no, lo que de veras importa no es si me acuerdo yo, sino que se acuerda él...


Segundo sorbo


...a ese bicho debe estarle doliendo bastante la cabeza… hace un buen rato que lo miro estrellarse una y otra vez contra el cristal de la ventana intentando salir... es un bicho bastante estúpido... he visto a otros más listos y más astutos colarse hacia el paraíso del jardín por las rendijas de las ventilas que están un poco más arriba... este no... …de pronto parece que por fin toma conciencia de su necedad y se dispone a volar en la seguridad del espacio aéreo de la cocina, pero no... se separa algunos centímetros del cristal sólo para describir una parábola que lo impulse con cada vez más velocidad a estrellarse de nuevo... tic, tic, tic, suena su cuerpo de queratina con cada golpe... cualquiera pensaría que un bicho se sentiría más seguro en un ámbito interior... la cocina por ejemplo es un sitio cálido y espacioso, muy apropiado para peligrosas maniobras aéreas y con comida en abundancia... unas migajas por aquí, un plato sucio por allá... pero no... quién sabe qué lo impulse a querer salir con tantas ganas... a lo mejor es el sol que lo llama como tarde o temprano llama a todas sus criaturas o vio pasar una sexy mosquita agitando las alas... o a lo mejor es en efecto sólo un bicho estúpido con vocación de romperse la crisma y morir de fractura craneana, derrame cerebral, contusión severa o de lo que sea que mueran los bichos cuando chocan repetidamente contra el vidrio de una ventana... será que ando de un sensible asqueroso los últimos días o que me estoy haciendo mayor y cualquier idiotez me conmueve, pero el maldito bicho y su necedad me tienen desde hace rato al borde del llanto...


Tercer sorbo


… desde niño, siempre, he tenido fiebre... no mucha; dos o tres décimas sobre la norma, pero bastaba para que cada semana me llevaran al doctor... me buscaron de todo... virus, bacterias, hongos, alergias, alienígenas y jamás encontraron nada que fuera causa de mi fiebre… sólo mi intrínseco y precoz deseo de molestar... al final la receta fue: — señora, deje de tomarle la temperatura —... fin de la fiebre... de entonces para acá mi relación con los doctores ha sido múltiple y variada... tuve un cardiólogo cuya asistente era igualita a Natalie Portman y hacía que todos los electrocardiogramas salieran alterados... tuve un internista que siempre se quedaba dormido a media frase... despertaba dos minutos después y retomaba justo donde se había quedado... hay una doctora que guarda mi corazón dentro de una cajita... fui paciente de mi amiga Eva cuya especialidad no es sólo la medicina interna sino la extrema gentileza para con sus pacientes... tengo a la doctora Sikahal que ha salvado mi vida al menos un par de veces y que tarde o temprano va a tener que hacerlo de nuevo... hubo un doctor que me dijo que nunca más podría manejar, ni beber, ni tener sexo, ni salir a la calle... un auténtico talibán de la salud... hubo otro que me daba unas pastillas fantásticas y aunque se las he vuelto a pedir ya no me las quiere dar... hubo otro que como en las películas del oeste, me amenazó de muerte si no me iba de esta ciudad... tuve al doctor Mabobo que te pasaba una varita de cobre por todo el cuerpo y te sanaba de todo mal... en fin que ha habido de todo… buenos y malos, humanos y autómatas, cálidos y fríos, consoladores y amenazantes, sabios y charlatanes... hay cosas de mí que sólo conocen ellos y mis mujeres... yo les guardo a todos un profundo agradecimiento aunque nunca, ninguno, haya descifrado el misterio de mi eterna fiebre...

El poso del café


...el olvido empieza cuando por primera vez alguien, responde al silencio con silencio...

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